sábado, 30 de enero de 2010

Indiferencia

Ver esa mirada indiferente era un acto puramente masoquista, dolía pero se sentía bien.

Primero sonreía y luego iba huyendo a un rincón a azotar mi espalda y cráneo contra la pared, para después resbalar hasta quedar sentada en el frío suelo, intentando parar mis lagrimas y aquellos sollozos de "te quiero", pues no me atrevía a profesar nada más.

Tus cabellos negros y alborotados, tu piel blanca, tus ojos color café oscuro, ese rostro tan delicado como frío me quitaban la respiración y aceleraban mis latidos.

No obstante, esos fortuitos encuentros en el pasillo del colegio se volvieron tristes y amargos cuando empezaste a hacer esa mueca de molestia, cuando aquélla indiferencia se convirtió en fastidio. Y aun así, anhelaba el día siguiente para poder verte otra vez.

La sonrisa se borro con mis absurdos sueños, mi existencia se volvió triste, mi risa amarga, y mis lagrimas se acompañaron con sangre y gritos ahogados en la soledad de mi cuarto.

A pesar de todo ello, siempre negue amarte, aunque tu, solo tu, eras el más perfecto de mis sueños y sentía el más intenso fervor que nunca he sentido con nada más.

Mis días se volvieron grises, mi alegría nula o en todo caso fingida, mis emociones morían, el corazón se me iba apagando de a poco entre los suspiros, y cada mirada tuya solo hacía mis latidos más lentos.

Pocas ganas tenía de comer, temía dormir y soñar contigo, no quería ir a ningún sitio, no quería levantarme ni ver a nadie. Simplemente ya no quería vivir.

Cruzaba la calle, el semáforo se había puesto en rojo, era tarde y estaba oscuro, no había nadie más en ese sitio a parte de mi, tampoco pasaban muchos autos; de sonidos solo percibía el piano llorando a través de los audífonos conectados a mi celular. Una luz se acercaba. Miré a mi izquierda. Todo pareció ir en cámara lenta...

Sentí un impacto en mis piernas y parte de mi torso, mi mochila se zafó de mi hombro, lo siguiente fue mi cadera golpeando contra la húmeda acera, mi espalda, mi cabeza que rebotó y volvió a golpear nuevamente. Me dolía todo. Sentí un leve calor extendiéndose por la parte posterior de mi cabeza, podía apostar que era sangre.

Dos meses pasaron y me permitieron volver a la escuela. Debía moverme por los pasillos y escaleras con un par de muletas ya que mi pierna derecha estaba fracturada y tardaría en sanar. Había personas que pasaban de mi, otras me miraban con pena, algunos de mis compañeros me saludaban con normalidad y yo respondía tratando de reír por lo sucedido, tratando de ser como era antes, antes de ti. Aunque no podía mantenerme así demasiado tiempo, al final terminaba con un semblante triste y melancólico sin importar los varios intentos de mis amigas por animarme.

Ya no podía salir mucho, solo al colegio, así que leí más que antes, escribí un par de cosas en mis ratos de ocio, veía televisión cuando me aburría del resto y jugaba videojuegos de cuando en cuando. Aunque parecía que apenas tenía con que distraerme, estaba lo suficientemente ocupada para no acordarme de ti, porque encima de todo no te había visto desde el accidente, probablemente porque llegaba un poco retrasada al pasillo donde estaba mi casillero, el lugar donde te veía siempre. Mi vida volvía a la normalidad.

Pero... fue entonces que volví a verte, cuando ibas a pasar a mi lado me diste una mirada de lastima que no pude soportar. Solo faltaban 2 semanas para que me quitaran el yeso, mis notas mejoraban un poco, mis escritos también y hasta me sentía feliz cuando los hacía, mis amigas se sentían mejor por mi, mis padres estaban más tranquilos conmigo, en resumen, toda mi vida parecía alegrarse cuando todo se convirtió en cenizas solo por aquella mirada, y todo culmino con mi cuerpo frío y sin vida, yaciendo sobre mi cama con las sabanas teñidas de rojo por la sangre que escapaba por mis muñecas cortadas.

Me fui a dormir como cualquier otro día para que nadie sospechara nada, eran las 11:30 cuando por fin junte las fuerzas para acabar, no supe cuando perdí el conocimiento ni cuando perdí la vida. Todo por causa tuya, y nunca supe quien o como eras, ni siquiera tu nombre, y sigo insistiendo en que yo no te amaba aunque morí por ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario